REMATE QUIEREN LAS COSAS

Cuando escribimos acerca de la Rebelión de Pelayo y localizamos al caudillo cristiano en  Brez, en  Camaleño   (Liébana) sugeríamos,  por múltiples indicios, no solo por el nombre,  que Pelayo pudo haber sido señor de San Pelayo, tan próximo y encaminado al mismo  Brez.

El argumento principal a nuestra disposición a favor del aserto era  y  es  el  del  patrimonio regio que radicaba en Baró, en  la margen  opuesta a San Pelayo,  en situación simétrica y unido por tres puentes,  muy próximos  entre sí,  con la margen de San Pelayo.  El patrimonio regio parece ser la herencia de Pelayo,  perpetuada  en  el  solar  de  su señorío.

Pero nunca nos atrevimos a cruzar el Deva por más que, disponiendo de tres puentes, para escribir ni que San Pelayo ni que  el  punto más candente,  que es Brez,  hubieran pertenecido al patrimonio regio. Nos lo vedaba la probidad histórica.

Pero  el  azar,  en el que solo en parte creemos, pero que puede llegar a tiempo de poner la última piedra,  nos deparó el remate, tan imaginado como inalcanzable, tiempo después de publicar  La Rebelión de Pelayo.

Ahora descubrimos con auténtico alborozo que, a mediados del siglo XIII,  Alfonso X  el  Sabio era propietario de aquella tierra para nosotros casi prometida,  de aquellos lugares que él califica de heredades:  “mi  lugar de Lon con el aldea de Brez,  el barrio de Sant   Pelayo con su iglesia…”.

El documento ha sido publicado en el volumen 105 de la inestimable colección  Fuentes y estudios de Historia Leonesa.  Ahora nuestra figuración  del patrimonio regio en Liébana  se amplía en el sentido más esencial,  abarcando el que fuera escenario estricto de Pelayo, según la Crónica. Para nosotros, la gravitación del patrimonio regio sobre la figura de Pelayo recibe un peso que podemos  llamar definitivo.


Pasamos de un extremo a otro, el más opuesto.  De  no atrevernos a  contar con Brez y San Pelayo como patrimonio regio, mientras no surgieran pruebas convincentes, por considerarlos como un remate ideal para nuestra  teoría,  pasamos a poder documentarlos, como tal patrimonio regio, estricta y directamente.  Y  ello, cinco siglos después de Pelayo, es  decir, tras  un hiato temporal,  que no resta valor histórico sino que lo acrecienta.

De primera mano comprobamos cómo la intuición va por delante por más que, a su vez, tenga que acabar pasando  por el registro de la escribanía. Porque de antemano la  intuición  sugería pero  la documentación regateaba.

Otro tanto nos ha sucedido y por el mismo tiempo con el tema de Cervantes en Oseja, que desarrollamos en Si yo tuviera pluma. Nunca nos atrevimos a estampar  la afirmación de que el nombre de Flor,  fuese nombre judío en España  a mediados del siglo XVI. Ahora podemos afirmarlo categóricamente, así como que perdura entre  los sefardíes en ciudades como Tánger, Tetuán y Larache,  los núcleos  más importantes de población sefardita en occidente.

Pues bien, este nombre puede constituir la clave más cimera de la reconstrucción que allí dábamos, aunque sin aventurar entonces  la última clave por desconocerla.  Porque se llamaba Flor el  dueño de la llamada Casa  del  Conde,  en Oseja,  en tiempo de Cervantes, conforme a los padrones.  Y precisamente vemos en él  la figura del padre del cautivo, el personaje de El Quijote, referido por Cervantes, que se  ha de reducir al padre de  Cervantes,  que fue cautivo en Argel.


Llamándose Flor el padre de Cervantes, con nombre judío, se explica en buena medida la nebulosa  de ocultación que envuelve los orígenes de Cervantes, comenzando por el lugar de su  nacimiento.  El tema  se desarrolla  en  Si yo tuviera pluma…