La Casa del Conde (Oseja)
El desconocimiento del lugar de su nacimiento hubo de producirse por un doble motivo: por la ocultación departe de los protagonistas más la incomunicación de aquel lugar con el mundo en que Cervantes era celebrado.
La incomunicación presupone un lugar escondite; de lo contrario se hubiera divulgado el lugar aun a pesar de la ocultación familiar, ocultación que nos consta fue practicada por Cervantes, probablemente por su presunta ascendencia judía.
Las poblaciones que pretenden haber sido su cuna, difícilmente pueden acreditar que se hallaban incomunicadas con la esfera de la celebridad habitada por Cervantes. Entonces ¿por qué no lo reivindicaron en tiempo y forma normales?
La misma Alcalá, el pretendiente más divulgado actualmente, no ha sido promovido hasta mediado el s. XVIII por algunos eruditos en base a ciertos testimonios que son débiles y no se corroboran por documentos fehacientes, ni por partida de bautismo, ni por la tradición.
Ahora se presenta un candidato nuevo, un auténtico escondite, incluso para el judío, lo más distante de la esfera cultural de Cervantes: Oseja de Sajambre.
Por el mismo tiempo se documentan vecinos judíos en el recóndito Caín, un paralelo de Sajambre, tres cuartos de siglo tras de la expulsión de 1492, la que no pocos esquivaron acogiéndose a la clandestinidad.
En primer lugar, Oseja presenta una tradición a favor de Cervantes, que, siendo modesta en el buen sentido, es popular y auténtica, a la vez que anónima. Es una tradición vinculada a La Casa del Conde (Oseja) edificio del siglo XVI, la de haber albergado en sí el arranque de la historia del cautivo, el cual, según se reitera en El Quijote, viene de un lugar de las Montañas de León. Ahora bien, el cautivo es considerado alter ego del mismo Cervantes.
Por otra parte, Sajambre está reflejado intensa y variadamente en la obra de Cervantes -lenguaje, costumbres, parajes- todo ello sustentado por dos ejes de convergencia, que son San Pedro de Orzales (Ribota) y Diego de la Llana, vecino de Oseja, presentes en El Quijote.
Afortunadamente llegamos a conocer el nombre del dueño de la casa en aquel tiempo. Porque a tenor de los padrones deducimos que el inquilino de La Casa del Conde se llamaba Flor, un nombre propio de los judíos españoles, la sospechada clave del enigma.
Oseja sirvió como escondite, pero no se apropia de la estirpe de Cervantes, una pretensión interesada por lo que se refiere al resto de los contendientes.
Nada aparencial ni retórica, la alternativa que presentamos ha de robustecerse incluso con el rechazo. Porque diríamos que la familia Cervantes ha sabido acertar con el escondite más definitivo: un escondite no solo para los contemporáneos, aun para la posteridad.
Las poblaciones que pretenden haber sido su cuna, difícilmente pueden acreditar que se hallaban incomunicadas con la esfera de la celebridad habitada por Cervantes. Entonces ¿por qué no lo reivindicaron en tiempo y forma normales?
La misma Alcalá, el pretendiente más divulgado actualmente, no ha sido promovido hasta mediado el s. XVIII por algunos eruditos en base a ciertos testimonios que son débiles y no se corroboran por documentos fehacientes, ni por partida de bautismo, ni por la tradición.
Ahora se presenta un candidato nuevo, un auténtico escondite, incluso para el judío, lo más distante de la esfera cultural de Cervantes: Oseja de Sajambre.
Por el mismo tiempo se documentan vecinos judíos en el recóndito Caín, un paralelo de Sajambre, tres cuartos de siglo tras de la expulsión de 1492, la que no pocos esquivaron acogiéndose a la clandestinidad.
En primer lugar, Oseja presenta una tradición a favor de Cervantes, que, siendo modesta en el buen sentido, es popular y auténtica, a la vez que anónima. Es una tradición vinculada a La Casa del Conde (Oseja) edificio del siglo XVI, la de haber albergado en sí el arranque de la historia del cautivo, el cual, según se reitera en El Quijote, viene de un lugar de las Montañas de León. Ahora bien, el cautivo es considerado alter ego del mismo Cervantes.
Por otra parte, Sajambre está reflejado intensa y variadamente en la obra de Cervantes -lenguaje, costumbres, parajes- todo ello sustentado por dos ejes de convergencia, que son San Pedro de Orzales (Ribota) y Diego de la Llana, vecino de Oseja, presentes en El Quijote.
Afortunadamente llegamos a conocer el nombre del dueño de la casa en aquel tiempo. Porque a tenor de los padrones deducimos que el inquilino de La Casa del Conde se llamaba Flor, un nombre propio de los judíos españoles, la sospechada clave del enigma.
Imagen del Padrón de Vecindad de Oseja de 1552
Oseja sirvió como escondite, pero no se apropia de la estirpe de Cervantes, una pretensión interesada por lo que se refiere al resto de los contendientes.
Nada aparencial ni retórica, la alternativa que presentamos ha de robustecerse incluso con el rechazo. Porque diríamos que la familia Cervantes ha sabido acertar con el escondite más definitivo: un escondite no solo para los contemporáneos, aun para la posteridad.